martes, 11 de septiembre de 2012

DISTRIBUCIÓN DE LOS PRODUCTOS AGRICOLAS

Necesitamos transparencia en la distribución de los productos agrícolas

Hace unos días, en un lugar que parecía de confianza, compré un producto de origen desconocido, con buen aspecto, tamaño atractivo, bien presentado y con algo de brillo, pero, comprobé que tenía mordisco de corcho, madurez artificial y con sabor a nada. Esa cosa, que me vendieron en una frutería, tenía forma de manzana. Sin embargo, podía ser cualquier artículo menos tener la categoría de fruta. Pues, si les atribuimos a las frutas unas propiedades nutritivas y vitamínicas ideales para la salud, les puedo asegurar que ésta no las tenía. Y, es que la oferta que tenemos en los supermercados y fruterías es tan diversa, que hay de todo, originario de cualquier parte, cultivado sin ningún control y, muchas veces, con una calidad más que dudosa. Así, con el tiempo, hemos perdido la capacidad de valorar el autentico sabor de los productos que produce nuestra tierra.
En relación con lo anterior, me comentaba un profesor de la Universitat de València, experto en tratamiento de aguas residuales y conocedor del tema a nivel internacional, que en determinados países hay disputa, entre los agricultores, para regar sus campos con las aguas fecales procedentes de las cloacas de las ciudades, sin depurar, porque les supone un ahorro en el abonado. A pesar de que, estas aguas negras, hábitat de la triste conocida bacteria E. Coli, son fuente de contaminación vírica, bacteriana y de metales tóxicos que pueden infectar a la producción de hortalizas, con unas consecuencias desconocidas para su consumo. Con el agravante de que estas frutas y verduras, debido al libre tránsito que se efectúa en la aduana, pueden caer directamente en el mostrador de cualquiera de nuestras tiendas.
Ante esta falta de seguridad alimentaria estamos indefensos, ya que, en el sector agrícola no se conocen inspecciones basadas en La Ley de Seguridad Alimentaria y Nutricional para verificar la calidad de la producción hortícola que comemos y, si las hay, los criterios que utilizan no detectan el fraude. Y lo mismo que la lluvia fina, al final, cala, también, podría ser perjudicial para nuestro organismo la acumulación de toxinas procedentes de estas frutas y verduras que puedan contener elementos contaminantes. Como consecuencia de estar cultivadas de todas las formas posibles, regadas con aguas residuales, ser de semillas transgénicas y con aplicación incontrolada de productos fitosanitarios nocivos. Y, sin embargo, pueden tener una presentación excelente que no se distingue de otras producidas con métodos sanos. De esta forma, al haber confusión en la percepción de calidad, no existir marca que las identifique y desconocer su origen, el único factor de diferenciación que percibe el consumidor para una decisión de compra es el precio y, éste, puede ser mucho más bajo para determinadas formas de cultivo.
En el actual modelo económico, la globalización y las políticas neoliberales han facilitado una mayor permisividad en el intercambio comercial de todo tipo de producción agrícola con el consiguiente incremento de riesgo para la salud de los ciudadanos. Por ello, estoy convencido de que la presión para conseguir una mayor transparencia en el comercio tiene que venir “de los de abajo”, de nuestra fuerza como consumidores. Así, debemos forzar una legislación más restrictiva que evite encontrarnos en el mercado cosas extrañas con forma de fruta de buen aspecto, pero, que tienen mordisco de corcho, insípidas y quizá contaminadas.
Y para ello, deberíamos tomar conciencia de las dificultades que atraviesan nuestros agricultores y apoyar a los sindicatos agrarios y a las asociaciones de consumidores, para reclamar a la Conselleria de Agricultura una norma que exija a todos los supermercados y fruterías una etiqueta que indique el origen de las frutas y verduras que allí se ofrecen, forma de cultivo y tipo de semillas utilizadas, como forma de conocer lo que estamos consumiendo. Esta información constituye un derecho de los compradores para saber la procedencia de los productos agrícolas que se ofrecen a la venta y, a partir de este conocimiento, cada uno que elija lo que considere más apropiado para su salud y su economía.
Vicente Hernández Sancho
                                      
                                                
                               
 

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