¿Sanidad pública o privada?
Hace pocos dias, viajando en el coche, escuché por radio la crónica de un periodista desde Nueva York en la que hablaba de un futuro candidato (no pude retener su nombre) a las presidenciales de aquel país. Me llamó mucho la atención porque comentaba que no tenía ninguna posibilidad de salir elegido. Entre otras cosas porque era bajito, y parece ser, que en el Imperio, la inteligencia y capacidad de gestión se mide por la altura. Y quizá, por ese convencimiento de sus pocas posibilidades de triunfar, se permitía decir una serie de cosas que el mismo cronista catalogaba como muy sensatas pero que sonaban en E.E.U.U. de forma provocadora: El muy osado se atrevía a decir, en la patria del neocon y del capitalismo liberal, que según los estudios que habían realizado sus asesores económicos, en el sistema sanitario de Estados Unidos, el cuarenta por ciento del gasto sanitario va a parar a beneficios empresariales, publicidad y marketing. Que el gasto medio que costaba la sanidad a los ciudadanos de aquel país era muy superior al que soportaban los contribuyentes de los países más avanzados de Europa que gozaban de una asistencia sanitaria pública, ofreciendo una calidad de asistencia similar. Para justificarlo aportaba la publicación de las cifras que publica la O.C.D.E. referente al gasto sanitario por país y ciudadano. Y además, el colmo del descaro, era asegurar que con el dinero que se embolsaban las empresas y se malgastaba en publicidad, sería más que suficiente para cubrir la asistencia sanitaria a los más de cuarenta millones de ciudadanos que carecen de ella por no disponer de medios económicos para pagarla. De este modo, se evitaría la penuria sanitaria de los hospitales municipales y beneficencias que existen en E.E.U.U. en las que se desconoce el número de fallecimientos que se producen por una asistencia médica precaria.
¿Será posible tal atrevimiento? Decir estas cosas en el país de capitalismo más salvaje. ¿No puede entender este señor que las bestias cuando se convierten en monstruos ni siquiera los estados son capaces de controlar? Hillari Clinton hace un tiempo ya propuso algo parecido y tuvo que echar marcha atrás porque las poderosas multinacionales propietarias de todas las compañías de seguros, hospitales y red de sanidad privada de E.E.U.U. le pusieron unos convincentes argumentos que la hicieron desistir. Pero el caso de este candidato es diferente porque él sabe que no tiene ninguna posibilidad y no está dispuesto a plegarse a los intereses de ningún lobby económico, por ello se siente libre, se permite investigar y publicar unas cifras que nadie se atreve a poner en duda, y expresa unas opiniones tan de sentido común que no hace falta mayores explicaciones. A pesar de ello, por los comentarios del cronista, el poder económico no le presta atención; los votantes apenas le hacen caso. ¿Será porque es bajito? ¿Será porque la mente de los ciudadanos está sedada por un poder mediático inmenso capaz de fabricar opiniones que se aceptan sin reflexión? ¿Es posible que, la gran mayoría de los ciudadanos de un país culto, consideren justo que el cuarenta por ciento del gasto sanitario vaya a parar a beneficios empresariales y publicidad? Son tantas preguntas que me resulta imposible investigar las respuestas. Y es que, para mi, las diferencias están claras y pienso que deberían estarlo para todos: En la sanidad pública el objetivo es la curación del enfermo, sin más.
En la sanidad privada la finalidad es ganar dinero a través de la curación del enfermo.
Son fines muy diferentes, pues en la primera el único objetivo es sanar al paciente y estimular la medicina preventiva para evitar futuras enfermedades.
En el segundo caso, el enfermo se convierte en un elemento generador de beneficios para una empresa. Y estos siempre son mayores si se incrementa al máximo el precio de la prestación sanitaria y se abaratan al extremo los costes de todo tipo para prestar este servicio. Así de sencillo. Todo ello, suele justificarse por medio de un marketing publicitario adecuado que ofrezca una buena imagen. Y la experiencia demuestra que hay demasiados incautos que aceptan los signos y comportamientos externos, que no cuestan dinero, como referentes de calidad. Aquí la medicina preventiva carece de interés porque se necesitan enfermos-clientes para ganar dinero con ellos. Si no es así el negocio no funciona.
Resulta chocante que hay estudiosos del tema en E.E.U.U. que valoran nuestro sistema de sanidad pública y universal como un modelo de sociedad avanzada. Que lo consideran justo, por su enfoque a sanar al enfermo sin interés mercantilista. Que nos demuestran que es más económico por las cifras publicadas por la O.C.D.E. Y que a través de los diversos estudios que han realizado, allí sufren las listas de espera (como aquí) y el tiempo de atención a los enfermos está muy determinado por la productividad que le exige la multinacional sanitaria a los médicos.
Ahora los monstruos del gran capital han puesto sus ojos en la sanidad pública europea y española. Su codicia les lleva a utilizar toda la fuerza mediática y presión política para conseguir dominar un sector que, hasta ahora, aún es propiedad de los ciudadanos. Cuando logren tenerlo totalmente en sus manos nadie será capaz de controlar el abuso de las tarifas sanitarias que nos impongan, como ahora ocurre en el país más poderoso de la Tierra.
En fin, estas reflexiones me vinieron a la mente porque escuché, hace unos días, conduciendo, a través de la radio, a un periodista que realizaba una crónica desde Nueva York que hablaba de las denuncias de un aspirante a las presidenciales de los Estados Unidos, bajito, y que no pude retener su nombre. Y precisamente por no tener ninguna posibilidad de ser elegido, estoy convencido de que era sincero en sus afirmaciones.
Vicente Hernández Sancho
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